Sunday, July 13, 2008

Lo que cabe en una gota de sangre

El doctor Black está refugiado en el rincón más profundo y seco de su laboratorio. Trabaja sentado de forma desordenada en su silla giratoria, y consigue la energía necesaria para pensar dándose impulso en su mesa de trabajo, llena hasta arriba de caracolas y otros instrumentos de precisión. Black gira y gira muy seriamente, pero no se marea, porque en el techo un punto fijo le hace señas. Hasta que, en un momento dado, Black aferra su mano a la mesa, deteniendo bruscamente su movimiento orbital. El paisaje se detiene. Qué pena.

Ante sus ojos y el resto de su persona está la vitrina, con cada uno de sus estantes tapizados por una alfombra de tubos de ensayo. El doctor abre con cuidado la puerta y acerca su mano a una esbelta hilera de tubos cilíndricos. La lengua fría del cristal acaricia las yemas de sus dedos, y en su mente lucha por abrirse paso, sin éxito, el olor rojo y metálico del líquido que contienen los recipientes. Black se concentra y lo intenta una vez más. No hay manera. Su mirada, entonces, se da una vuelta por el estante. Quiere extraer uno de los tubos estrictamente al azar, pero los nombres que lucen las etiquetas son altamente desestabilizantes. Aún así, prefiere no cerrar los ojos, los nombres de sus pacientes le dicen tantas cosas... Haciendo uso de su gran poder de abstracción, decide mirar las etiquetas, pero sin comprender su significado. Es divertido pero agotador.

Finalmente se ha decidido por un tubo. Cuando lo tiene en sus manos vuelve a recuperar su comprensión lectora. Mira la etiqueta y sonríe.

-Encantado de verla de nuevo, señorita Sirop.

El doctor Black procede a la extracción con movimientos mecánicos, pero que a pesar de ello conservan el amor. Abre el tubo de cristal con un gesto rápido e introduce en él el aspirador de sangre, un instrumento afilado y metálico con unos carnosos labios de goma en su extremo inferior. El diminuto aspirador bebe ávidamente pequeños sorbos, y cuando ya no puede más, Black le hace vomitar delicadamente una hermosa gota de sangre sobre un cristal en forma de rombo. Ha llegado el momento de entrar en el microscopio.

Black se ha puesto su uniforme de trabajo, botas, pantalón y chaqueta iridiscente, y se dirige al otro extremo del laboratorio. Su aspecto es solemne cuando se instala en el confortable microscopio monoplaza y se abrocha el cinturón de seguridad. El doctor coloca el rombo de cristal bajo la lente del microscopio y se ajusta el visor a los ojos. El espectáculo puede comenzar.

Tras la colisión de todos los planetas, quedaba el polvo en el espacio. Polvo rojo. Todo había terminado.

Apenas unos momentos antes, era una de tantas tardes estivales, de la época en que los veranos se sucedían iguales unos a otros, espesos y densos, impregnados de una soledad pegajosa. Era la hora en que el calor se compadece de la tierra y esta puede demostrar que sigue viva, escupiendo saltamontes, escarabajos y olores. A piedra quemada, a matorral disecado, a calor perfeccionado. Algún pájaro se atreve a cantar. Sirop está en el porche de la casa con el resto de su familia. Con su madre, que lee el periódico sentada en una mecedora de madera, con su padre, que pasea por el jardín con las manos a la espalda, canturreando a ratos y hablando para sí mismo en voz alta. A veces se inclina hacia algún geranio. Con una de sus hermanas, que lee una novela de misterio vieja y manoseada. Con su otra hermana, que ve pasar la tarde. La casa es grande y fresca, y en realidad está viva, ella lo sabe. La casa es la forma que adopta el verano para existir. Sirop se aburre, por supuesto, pero es vagamente consciente de que los minutos son redondos, con bordes perfectos. No es la felicidad, pero es más importante.

Era la hora en que la casa le hablaba a Sirop y ésta le decía: corre, ve a ponerte el bañador. Y Sirop iba corriendo, y no se tropezaba al subir las escaleras. Luego bajaba lentamente, alargando el camino. Primero la barandilla de la escalera, acoplándose perfectamente a su mano. Luego la bofetada de luz al salir de la casa. Luego atravesar el patio humeante, entre los jirones calor. Luego el cobertizo. Y finalmente la hiedra de la tapia, que saluda a Sirop al pasar. En la piscina se concentran el silencio de la tarde y los olores del día. Comienza el ritual. Sirop está de pie en el bordillo, muy seria. Últimamente piensa que quizá este juego requiera quitarse el bañador, pero de momento no lo hace. La superficie de agua le atrae como si fuera la respuesta a todas las preguntas, es todo lo que necesita. Sirop juega con el tiempo, que hoy es de color anaranjado. Cuanto más se retrasa la colisión de los planetas, más placentera es la sensación entre las piernas de Sirop. Como todas las tardes, va a jugar a que es el fin del mundo. Sirop toma impulso y se tira a la piscina. El impacto todavía resuena en los confines del universo.

Tuesday, May 27, 2008

El DECÁLOGO PROVISIONAL DEL DOCTOR BLACK

El doctor Black continúa incesante en busca de sentido. Ha abandonado temporalmente su estudio definitivo sobre la memoria, debido a que en mitad de un experimento olvidó lo que estaba midiendo. Atraviesa un momento de zo-zozobra, y para no sucumbir ha decidido hacer una lista con las tareas pendientes y con las certezas provisionales que ha conseguido aislar en el laboratorio. Hoy se ha administrado la última cápsula de su tratamiento para la esperanza (vía oral). Escribe en su escritorio con mucha mano izquierda:

  1. No quisiera morir.
  2. En mis tiempos, esto no pasaba.
  3. Pasar a la fase de experimentación la Bomba de Nostalgia Olfativa Controlada .
  4. Sin falta. Inventar una máquina para la excomunión voluntaria
  5. Hacer listas es algo que siempre va bien
  6. Hay palabras bonitas que a fuerza de decirlas se hacen odiosas.
  7. He dicho.
  8. Los hombres hormiguean.
  9. Designar cuanto antes al encargado del museo de la extinción de la raza humana.
  10. Las rosa son rojas.

Monday, April 23, 2007

COSAS-TRANPARENTES

El Doctor Black la miró con ojos líquidos. Ojos que no combinaban del todo con su media sonrisa.

-Veamos qué tiene usted, señorita.

Sirop estaba sentada al borde de la camilla, un hilo invisible desde el techo hasta su cabeza la mantenía erguida y rígida.

-No tengo rostro, doctor. ¡Soy un monstruo! -Dijo Sirop. La tensión le hacía exponer levemente su cuello a las miradas intermitentes del doctor.

-Entiendo. ¿Desde cuándo? -El doctor se acercó a la camilla con varios instrumentos de exploración.

-Me di cuenta cuando esa persona se acercó para verme mejor. Vi en sus ojos la decepción porque su mirada me atravesaba. En el fondo no es tan grave, doctor –dijo Sirop enseguida con la intención de convencerse-. Me miro en los espejos todos los días y me pinto los labios como las personas normales.

-Ya veo -dijo gravemente el doctor mientras miraba en el ojo izquierdo de Sirop con una lupa-. Sí, sí, en efecto. Parece un típico caso de "Cosas-Transparentes" -sentenció.

Sirop emitió un suspiro de alivio, pero algo en los ojos del doctor Black le dijo que no debería haberlo hecho.

-Bien. En la mayoría de los casos tiene tratamiento -siguió hablando mientras dibujaba distraídamente unos garabatos en un papel- pero no le voy a ocultar que la curación total es difícil. Los síntomas, como usted sabe, cambian todo el tiempo.¿Me comprende?

-Me da tanto miedo no tener una cara. -dijo Sirop al borde del llanto.

-No se preocupe, mujer –sonrió otra vez por la mitad-. Yo le veo muy buen aspecto.

Black dejó delicadamente la lupa en el escritorio. -Pero ahora veamos su espalda -dijo sin darle importancia, mirando al vacío. Sirop no pudo evitar estremecerse.

El doctor se puso unos guantes de goma y procedió a medir la espalda de Sirop con un compás. Apuntaba cada resultado en un papel.

-Humm, no me gusta. La tiene usted cargada de secretos -concluyó Black-. ¿Cómo son sus sueños por la noche?

-Muy normales. –respondió Sirop un poco asustada-. Yo siempre soy otra persona y mi casa siempre es otro lugar.

-No se confíe, señorita, el síndrome de "Cosas-Transparentes" se agrava si está ligado al espantoso mal del sueño; y no queremos que eso ocurra ¿verdad que no? -Black hizo su última medición clavando la aguja del compás entre dos costillas de sirop, lo cual hizo brotar una lágrima de sangre espesa y oscura.

-Bien, ahora las rodillas -ordenó. Sus ojos brillaban.

Sirop levantó su falda hasta que quedaron a la vista, hermosas y gemelas. El doctor Black se inclinó hacia ellas, lentamente, y comenzó a auscultarlas deteniéndose largo rato. -Uno nunca deja de sorprenderse de lo que llegan a contarnos –acertó a decir con voz entrecortada, porque un velo invisible le había nublado la voz. Cuando el velo se retiró, pudo decirle a Sirop-: Bien, señorita. Hemos acabado por el momento.

-¿Qué va a pasar? ¿Voy a encontrarme? -Sirop no podía esconder la esperanza de su voz.

-Tranquilícese, querida. Las cosas no son así de fáciles. -Dijo Black sonriendo-. Y por otra parte, piense en las ventajas que tiene su enfermedad. Usted es un camaleón, todos queremos tocarla y reflejarnos en usted. ¿Qué tiene de malo? Black miraba a Sirop y corroboraba sus palabras punto por punto.

-Quiero mi cara, no me mire más por favor, basta.

La rabia de Sirop se ahogaba en su miedo. El doctor Black la miró más fuerte, y ella notaba, indefensa, cómo sus ojos se volvían líquidos y una media sonrisa se iba abriendo camino hacia su boca. Hasta que logró lanzar un grito de animal ahogado.

-Está bien, está bien. Está usted muy nerviosa. -dijo Black retrocediendo-. ¿Sabe usted? Quizá debería buscar a la persona que la miró. Obligarle a intentarlo otra vez.

-No querrá verme nunca más, sabe que todo pasa a través de mí. -Dijo Sirop recostada en la camilla, abatida infinitamente.

-En ese caso necesitará seguir un régimen severo para paliar los efectos. A partir de ahora evite el silencio, las paredes vacías, y ya que estamos, intente no comer olivas a la hora de acostarse.

Sirop estaba desolada y dividida. Pero se tocó la cara y no supo decir nada más. El doctor Black se sentó tras su escritorio a extenderle varias recetas y a introducir disimuladamente una muestra de la sangre de Sirop en un tubo de ensayo.

Saturday, February 18, 2006

Hubo una vez un huevo

El huevo iba por la calle. Le gustaba que el sol le diera y que rebotase en su blancura de huevo (porque él estaba convencido de que era un huevo blanco). Su interior sin embargo quedaba perfectamente protegido y a oscuras, por lo tanto daba igual si era amarillo o naranja o si tenía dos yemas o una.

Le gustaba mirar todas las cosas con enorme atención, o eso parecía, porque no tenía ojos. Se solía arrimar a algo y succionaba con todas sus fuerzas, o eso parecía porque no tenía boca. Una vez que había acabado se iba con la música a otra parte, tambaleante y repleto. Más huevo que nunca.

A veces tenía pensamientos fugaces y brillantes. Sobre el mundo, sobre la vida y sobre la huevedad del ser. No conocía sus orígenes pero no era algo que le importase demasiado. Ignoraba si era de gallina, de mujer o de ornitorrinco, y no pensaba si lo que se gestaba en su interior eran manos o escamas o pico u orejas. No sabía nada y su ignorancia era feliz; Su nítida conciencia de huevo y puro devenir lo llenaban todo plácidamente.

Él no se daba cuenta, pero muchas veces resultaba arrogante cuando alguien se dirigía a él.

-A ver, ¿tú qué eres? -le preguntaba un cualquiera.

El huevo no podía contestar porque no tenía laringe. Pero con su mudez perfecta como un espejo parecía decir alto y claro:

-Soy un huevo ¿No me estás viendo?

Su interlocutor se sentía ofendido inmediatamente tras la respuesta inaudible y se iba para siempre.

Algunos niños se burlaban y decían entre risas para que él les oyera:

-¡El muy idiota, se cree que es redondo!

Y así estaba siempre solo y nunca aprendía a hablar. Pero eso es inevitable en un huevo, cuyo componente fundamental es el silencio.

En ocasiones sentía también algo parecido al frío o al miedo, y si pasaban mujeres a su lado sentía irreprimibles impulsos de introducirse entre sus piernas. El huevo pensaba que en alguna ocasión lo conseguía, pero no podía estar seguro porque no tenía piel. Sólo sabía que acababa exhausto.

Sunday, July 24, 2005

CONOZCAN NUESTROS NOMBRES

Para los que piensan que existimos como individuos antes de nacer, sea bajo la forma que sea, olvídense. Antes de nacer no hay nada. Sólo nuestros nombres.

Esos extraños entes tratados erróneamente por los humanos como simples etiquetas, conviven desde tiempos inmemoriales en ciudades especiales creadas para ellos, y allí son felices como niños. En realidad la ciudad de los nombres es un inmenso parque con toboganes y columpios donde se juega todo el tiempo y los pobres esperan nerviosos a que se les asigne un bebé sangriento y morado. Hay que decir que a los nombres les dan mucho asco los bebés, pero ya saben que ese estado incierto y húmedo dura poco.

Por supuesto que no todos los nombres son iguales; Está una gran mayoría que va a parar a los recién nacidos, y a parte de su vulgaridad intrínseca sufren a menudo la humillación de verse reducidos a diminutivos ridículos o a deformaciones derivadas de los balbuceos infantiles. Otros más afortunados, los menos, son para personas que ya saben hablar y además saben que quieren llamarse Sara, Günter, Bárbara o Jesucristo. Otros (estos suelen ser los más bellos) nunca fueron concebidos para los humanos sino para caballos de carreras y personajes de novela, claro que al final la promiscuidad onomástica hace que todo lo anterior pueda no cumplirse y que cualquier don nadie acabe llevando un nombre sublime que nunca debería haberle correspondido.
En cualquier caso, todo nombre preexiste gozosamente a su portador. En la ciudad de los nombres están todos los que han sido y serán hasta el fin de los tiempos, desafiando la imaginación de dioses y padres. También es cierto que hay casos extremadamente polémicos: ¿Qué fue antes, Dios o el nombre de Dios?

Se estarán preguntando cómo ocurre, todo, naturalmente. Cuando nos dan un nombre nos cae sobre el hombro su materia blanda y ligeramente fosforescente, que emite pseudópodos y repta hasta que logra acoplarse a algún órgano o instersticio. Y ahí se queda, escondido y asustado. Con el tiempo se expande y nos infiltra en la sangre parte de su gloria o su vileza, según el caso, pero cuidado: el proceso se cumple también al contrario; hay nombres que tardan mucho en redimirse tras una vida entera junto a ciertos personajes. Es aquí donde se nos plantea el eterno problema del ser y la identidad. ¿Somos el nombre que llevamos? Rotundamente no, pero nadie parece darse cuenta. Laura no es Laura, Charlotte no es Charlotte, y Sergio no es Sergio. Esto que parece una tontería no lo es en absoluto.

Los nombres se caracterizan además por sus gustos nómadas. Les encanta viajar y aprovechan la menor oportunidad para hacerlo: Además de trenes y aviones, los nombres utilizan preferentemente como medio de transporte los libros, la saliva, los trozos de papel perdidos en los bolsillos de las chaquetas y las flores. Y nunca, nunca, se sabe dónde pueden acabar.

Wednesday, June 08, 2005

AGENTE DOBLE, DOBLE AGENTE

Esta mañana me he levantado contenta, feliz ante la perspectiva de todo un día por delante, limpio como una sábana limpia, para hacer la cantidad de cosas que tengo que hacer.

Mientras el café estaba en el fuego he aprovechado para recoger un poco la casa, y al entrar en la habitación he comprobado con disgusto que mi otro yo estaba todavía en la cama.
-Es tardísimo, levántate, le he dicho.
-Paso, déjame en paz. De vez en cuando me gusta dormir once horas, ya lo sabes.

Y tanto que lo sé. Madre mía si hemos desperdiciado tiempo por su culpa. A mí me pone enferma eso de quedarme en la cama hasta las tantas, pero bueno, qué le vamos a hacer. Aún así he insistido.

-Venga, levanta. O estamos en la cama o hacemos cosas, pero lo hacemos a la vez, que luego pasa lo que pasa.
-He soñado con Venecia. Estaba haciendo submarinismo en los canales.
-Ya lo sé, yo también.

Total. Que entre unas cosas y otras al final me ha dado pereza salir y me he quedado en el sofá viendo la tele y mirando al techo de vez en cuando, muy interesada. Es increíble lo que te puede contar el techo de una casa, a mí es una cosa que me inspira una barbaridad. En esas estaba cuando ha aparecido por ahí mi querido alter.
-¿Tú quién eres?, me ha preguntado un poco mosqueada.
-¿Cómo que quién soy? Yo soy tú.

Vaya pregunta, creo que la pobre anda un poco nerviosilla últimamente, no sé muy bien qué le pasa.

-¿Y qué haces en el sofá? Teníamos un montón de cosas que hacer hoy. Esta mañana me he levantado para comerme el mundo, para dar pasos de gigante, para encontrar soluciones fabulosas ¿Qué ha pasado?
-Que nos hemos intercambiado, tonta. Ni que fuera la primera vez... ¿Te encuentras bien?
-Sí, bueno. En fin, un poco desorientada. Anda, vámonos a la calle, que hace muy buen día.
-Tienes razón.

La tarde era perfecta, soleada y con una brisa muy agradable. Me he mirado en el cristal de un escaparate y tenía buen aspecto. Ningún atisbo de desdoblamiento, ninguna parte de mí por ahí colgando, que la verdad, hace un efecto horroroso.
Me he sentado en una terraza a tomar algo y a hojear tranquilamente el periódico. Se estaba de maravilla, hasta que la he sentido despegarse y sentarse enfrente mío muy seria.

-Tenemos que irnos
-¿Para llegar a dónde?
-No sé, a algún sitio. A los sueños.
-¿A Venecia te quieres ir ahora?
-Ya me entiendes, idiota. A ser tú misma.
-Ya somos nosotras mismas.
-No, yo quiero ser más yo. Ya sabes a qué me refiero. ¿Pero tú de qué parte estas? ¿Para quién trabajas?
-Soy agente doble, igual que tú.
-No te aguanto, me pones nerviosa. (Silencio). Igual tienes razón.
-Ya lo sé (silencio). Tú también me pones nerviosa.

La conversación era absurda, como siempre, además de aburrida. Pero lo hemos dejado porque ha pasado una cosa. En un momento dado mi otro yo se ha quedado mirando hacia el horizonte y su cara ha reflejado sorpresa y susto.

-¡Mira!, me ha dicho señalando hacia un lugar situado a la altura de un segundo piso.

He mirado y me he visto desplazándome por el aire como a propulsión. Me he quedado preocupada. ¿Nos habremos enamorado?

Thursday, May 19, 2005

Para Marcos

El texto que sigue a continuación es un extracto de la ponencia titulada "el amor" que la Doctora en Maryrose G. Screen pronunció en la Universidad de Iowa ante un nutrido auditorio (y seguida de una gran ovación):

"¿Y por qué sobre el amor? A ver ¿Alguien podría explicármelo?

El amor es sólo una herramienta (como un martillo) y una costura. Casi siempre mal hecha. ¿Entonces por qué hablar?

Pues porque ya me han vuelto a aguijonear sin yo quererlo todos esos estúpidos. Yo prescindiría totalmente de esa palabra con colgajos y altamente tóxica, auténtica ponzoña elaborada por el más vil insecto. Pero, aquí me tenéis. Con lo bien que estaría dando lametazos tan contenta a cualquier superficie lisa y bien pulida.

Y no. Erre que erre. Ya es que ni dejáis volar tranquilas a las mariposas. Me niego rotundamente a caer en esos agujeritos redondos que hay cada tantos metros en las grandes extensiones de césped verde y aterciopelado. Ahí encuentras de todo y nada bueno. Mentiras en escabeche, calcetines sucios, y sí. Alguna que otra rata ambulante con muletas. Que asco, por Dios.

Y qué. Qué mas da que todos los muñequitos de mi habitación se pongan de repente a aplaudir y les crezcan sonrisas hasta en el fondo de las carreteras. Hay que mirar más allá, saber, eludir, amilanar y anear. "Mientras hay amor hay esperanza", vete y cuéntaselo a la bandada de cuervos que está esperando a que te mueras para poder ir a acariciarte la cara con sus alas y a picotearte los dedos de los pies. Ya estoy llorando. ¿Veis lo que pasa? Ya ni dejan circular tranquilas a las pobres lagartijas. Encima es un llanto espeso como sopa. Pero sin alimentar.

Ha llegado ya el tiempo, la hora. De arrancar a cañonazos las barbarinas. Y las letras, una detrás de otra, hasta triturar la palabra. Hasta que el significante se cambie por el significado y viceversa. Y poder vivir de una puñetera vez "